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Writer's pictureHermán Cudris Castañeda

Todo Planeado

Updated: Oct 14, 2021

Recuerdo como si hubiera sido ayer, cuando cruzaba lentamente la década de los años 60 del Siglo pasado, mi llegada a Barranquilla para iniciar la odisea del largo cruce del bachillerato. Como lo hacíamos todos los jóvenes provincianos principalmente de aquellos pueblitos ubicados a lo largo del río Magdalena, llegar “enguacalados” a las grandes ciudades capitales de los Departamentos de la Costa Caribe Colombiana, y buscar una pensión para nuestra estadía anual.

Llegué por primera vez guiado por mí padre a la gran urbe de Barranquilla y con mucha suerte llegamos a una de las majestuosas casas de una arquitectura republicana localizada en la calle Obando con Olaya Herrera; propiedad de una amable señora viuda que acogía como hijos todos los jóvenes que llegaban a su casa-pensión. Por el cariño y la amable atención que nos brindaba, en pocos días olvidábamos el desprendimiento y el calor materno y familiar, retomando nuevamente en pocos días la tranquilidad espiritual.

La amable señora fuera de sus arraizadas cualidades tenía una admirable manía de reunirse todas las tardes para jugar cartas, el complicado monopolio etc. con sus amigas que reñían las mismas edades. Estos momentos de distracción de las jugadoras, las aprovechábamos para merodear como ratones bodegueros la despensa de la cocina.

En la acostumbrada reunión de las señoras de aspecto matronal, el cuchichear entre ellas se rumoraban toda clase de secretos, fantasías, realidades del pasado y todos aquellos sueños de amores que cruzaron en sus épocas.

Recuerdo que, entre algunas de esas conversaciones que llegaban clarito a nuestro cuarto, nos llamó mucho la atención lo referente a un distinguido inquilino que ocupaba el único cuarto independiente de la pensión y que, por su modo de hablar y comportamiento refinado se referían indudablemente al señor del “interior del país”; de pelo negro brillante y liso, un camino que dividía su cabellera en dos y adheridas cuidadosamente con vaselina en toda la anatomía del cráneo. Vestía implacablemente de blanco y sombrerito de pelo. Ambientaba toda la casa de un perfume afrodisíaco que exudaba todo el día. Se rumoraba en toda la pensión que el distinguido caballero era un alto ejecutivo del gobierno central. Rara vez conversaba con alguien de la pensión y por esa razón le teníamos respeto y lo mirábamos desde lejitos. El caballero acostumbraba pasar casi todo el día sentado en la solitaria y amplia terraza de la calle.


Así recuerdo:

Sacando medio cuerpo sobre la mesa de juego y rebosante de sentimientos dijo furtiva, despaciosamente a sus amigas de juego, con miradas estrábica al “cachaco” solitario que se mecía en una mecedora de mimbre en la terraza que emitía un quejido de otro mundo:

------Si mis entrañas fueran aún fecundas y mi pecho capaz de amamantar un “pelao” sin pensarlo dos veces iría hasta el tálamo nupcial con ese fino caballero. Pero desgraciadamente el tiempo ha puesto arrugas en mí piel y nieve en la cabeza.


-----Bueno,…lástima que esa clase de amor ya no corre dentro de mí. El tiempo desdeñó mis amores –Decía otra señora delgada y dueña de un gigantesco apéndice nasal— Les comentaré algo difícil de decir y lo más seguro dudarían de su veracidad:… Yo tuve la dicha de haber sido feliz con cuatro. Cada uno por supuesto a su debido tiempo, fueron maridos que pasaron por mis manos sin ningún problema. Siendo ellos distintos en cuerpo y alma, en gustos y profesiones. Por el ejemplo el de profesión carnicero,….


------¡Carnicero! --Gritaron todas-- Pero si ese ha sido el oficio más desgraciado y degradante después de verdugo –Replico una de ellas—


------- Y el último marido –continuó diciendo-- fue el “Mono Sánchez”, el que jamás supe su verdadero nombre por la costumbre de llamarlo “mono” todo el tiempo que estuvo a mí lado. Más bien lo abandoné y de verdad no recuerdo si, entonces, me acordé de divorciarme de ese tipo que olía a orangután en celo.


-------¡Mijaaa!,…Espero que no te molestes si te digo que eso es una vulgaridad aquí y en cualquiera parte del mundo haber tenido cuatro maridos –Dijo otra—


-------¿Por qué ha de enfadarme? Yo no fui sino una mujer predispuesta como tantas que, tuvieron en su vida momentos de oportunidades y que la supe aprovechar y vivir. Además déjame recordarles a todas que, nosotras venimos de una época en que solo esperábamos maridos ó el claustro.


-------Carambaaa,…tú si fuiste arrestada y una mujer de armas tomar.


Otra se atrevió a decir con una sonrisa que resbalaba en sus labios:


------Bueno amigas mías,…yo fui en una época la amante secreta del hombre dueño de la primera economía que pudo existir aquí en Barranquilla. Pero unos problemas serios en el corazón del galán en compinche con un médico arrasaron con todo esa fortuna, dejándome más pelada que una pepa e´guama.

……..A pué! esas son las vainas del destino --Dijo otra con un aguacero de tristezas— Cada persona tiene una verdad que solo ellos conocen y viven,… yo no les voy a revelar la mía ni por el carajo.

Era fácil notar la ausencia del cachaco, ya que su permanencia en la terraza, acompañado de todos los periódicos locales era cotidiano.

Un mapa que trazaba y cambiaba todos los días con la ayuda de la escala de una caja de fósforos era el pasatiempo favorito. El cenicero con una torre de colillas de su cigarrillo preferido marca Camel era vaciado en la caneca de la basura cada dos horas y la ida al baño delataban su ausencia de la agradable y fresca terraza amparada por la sombra de una fila de “mata-ratones” que nunca dejaban de moverse, ubicados al frente de la fachada de la casona, y adornándola con sus mechones de flores color lila a rosado, que esos preciosos árboles símbolo de la flora de esa región brotaban a diario.


Un Viernes muy temprano todos los pensionados notamos la ausencia del caballero. Con nuestras miradas parecía que nos comunicábamos la soledad que habitaba la terraza, pues la mecedora de mimbre que usaba parecía mecerse sola todo ese día. La confusión por la ausencia del cachaco durante todo el día, empezó a tejer una serie de opiniones distintas:


----pero si yo, muy temprano antes de las 6 salí detrás de él –Dijo muy animado el compañero que apodábamos el “químico”. Era el único universitario de la pensión y estudiaba Química y Farmacia, el resto de pensionados cruzábamos el bachillerato al igual que las hijas e hijos de la dueña de la pensión—

-----¿De dónde saca plata ese cachaco para pagar el cuarto, comerse las tres, fumarse diariamente dos paquetes de cigarrillos Camel y comprar cuatro periódicos si él nunca trabajaba? –Interrogó el que apodábamos con el alias de “Daniel Santos” nativo de San Sebastián Magdalena.


Con el corazón desbocado que le movía las tetas haciendo fijar todas nuestras miradas, dijo casi llorando la dueña de la pensión:


-----Me jugó conejo el cachaquito, se fue y no me pagó,…Yo noté que no canceló la mesada del arriendo de la pieza y la comida,…sí él cancelaba los primeros 10 días del mes?...Ahorita mismo requisaré el cuarto para cerciorarme si sacó el baúl.

-----¿Cuál baúl? recuerda que el cachaco no trajo baúl el día que llegó? --Dijo el hijo— Yo sospeché y se lo advertí que ese cachaco no era cualquier pelusa.

Efectivamente los presentimientos no engañaban- En el cuarto solo había una caja de cartón llena de periódicos viejos, y el rincón lleno de ropa sucia.

El sol se fue y la oscuridad tomó el mando. En el inmenso cuarto con todas las camas en fila no dejábamos de comentar la ausencia del caballero solitario. Salían a flote toda clase de presentimientos, unos buenos, medios malos y otros verdaderamente atroces y espeluznantes. Vencidos por el paso de las horas, los comentarios se iban apagando uno a uno esperando el amanecer para seguramente reactivarlos nuevamente.

Como de costumbre el “químico” salía temprano para la Universidad del Atlántico. Al llegar a la esquina miró los titulares de los periódicos, y muy aturdido gastó los menudos destinados para los pasajes del bus en la compra del diario que más foto traía de la noticia de primera página. El “Químico” con su cara como carne de medusa regresó a la inmensa alcoba donde todavía en fila dormíamos. Brincando como perrito peludo cama por cama nos mostraba la foto del caballero de pelo liso negro azulado con la raya en el centro.

-----Miren,….miren tremendo “bololó”,…¡Se “cogieron” al cachaco!,..¡lo apresaron,…los policías se los pillaron atracando un Banco en el Paseo Bolívar!

------¡Que Dios se apiade de ese cachaco, para que logre salir de tan tremendo berenjenal! --Desde su cuarto gritó la dueña de la pensión con sus mejores y honrados pensamientos--

El hombre decente, atildado, que salió esa mañana del viernes no regresó y, al día siguiente lo vimos retratado en los periódicos. Lo apresaron cuando armado con un revolver “Ceska” de fabricación Checa, atracaba un banco en pleno Paseo de Bolívar, algunas cuadras más debajo de la pensión.

Con miradas estrábica, todos leíamos el titular, queríamos tener el periódico en nuestras manos para enterarnos detalladamente de la luctuosa noticia. Otros desesperados en piyama corrían a la esquina para comprar el periódico. Toda la lectura de la crónica parecía una situación sacada de “El quinteto de la muerte”. Película inglesa de Alexander Mackendrik en la que cuatro o cinco esforzados ladrones comandados por Alec Guinness se hacen pasar por músicos y se reúnen en una habitación alquilada a una inocente anciana, muy parecida a la bondadosa señora de la pensión de la calle Obando con la Olaya Herrera de Barranquilla.


Autor: Hermán Cudris Castañeda


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